Admito, soy un freak de las morcillas. El exterior crujiente de la salchicha negra, aveces no es tan crujiente pero que se joda, al final del día se parte con los dientes. El interior suave y lleno de sangre cocida con no se qué carajo... recao y ajo según una receta que acabo de ver. Y un procedimiento culinario tan simple como cortar y freír. El concepto de "freír y comer" aplica excelentemente a las morcillas.

No quiero insinuar que en la Navidad todo esto mágicamente se va, quiero insinuar en vez que la falta de morcillas en el sujeto puertorriqueño contribuye en su transformación a un sujeto transculturado. Ahora, quiero dejar claro que la transculturación del puertorriqueño produce rumbos nuevos para nuestra cultura actual, PERO a la misma vez tiene la inevitable consecuencia de olvidar el propósito y trasfondo de nuestras raíces culturales. Olvidamos el sentir comunal de la Navidad boricua para adoptar otras que estén acorde con pequeñas obsesiones que nutren la cabronería del día a día.
Pero, ¿por qué carajo comemos morcilla si las morcillas no son exclusivas a Puerto Rico?
Pues me encantaría saber por qué comemos morcillas, pero voy a seguir comiendo morcillas en lo que me ilumino sobre esta delicia negra. Pero más importante aún, el presente esta dominado por lo accesible que se vuelve el mundo y la ventana que el internet provee a otras culturas, antiguas o recién nacidas. No quiero desaprobar de que uno quiera vestirse de conductor de tren del año 1860 o que usen frases únicas al vocabulario urbano de Colombia, o hasta que se vistan en acorde a los trends de una revista de alta moda con nombre francés. Pero insisto que el puertorriqueño tiene su cultura... encapsulada perfectamente en una morcilla. Un plato que no es de aquí, pero ha estado aquí y seguramente alimentó a mis predecesores, y a un pueblo entero. ¡Dios bendiga las morcillas!
Bien negras y bien fritas
Eric De León Soto